Las letras de los tangos de Enrique Santos Discépolo
Alberto Julián Pérez
El desarrollo del tango en el Río de la Plata, a fines del siglo diecinueve y
A principios del veinte, fue uno de los episodios más logrados y felices de la historia de la música popular.
En esa misma época surgieron en varias partes del mundo diversos
géneros musicales: el blues americano, el fado portugués, la copla y la canción española,
la canción francesa, la ranchera mexicana, el bolero romántico, el son cubano, que,
gracias al progresivo desarrollo de la industria de la grabación y la radiofonía, lograron
rápida difusión entre los oyentes. Nunca antes el público había tenido tan amplio acceso a
la música popular de distintos países del mundo. La escuchaban en la voz de sus
intérpretes más dotados, quienes, apoyándose en la tecnología, mejoraron el nivel
profesional de sus actuaciones y, en muchos casos, se hicieron inmensamente ricos.
Mientras esto ocurría en el ámbito de la cultura popular, la cultura letrada lograba
también un brillo inusitado: había surgido en Hispanoamérica, a fines del siglo
diecinueve, la generación más importante de poetas de su historia, los Modernistas, a los
que siguieron, en la segunda década del veinte, los poetas de las Vanguardias.
La relación del público con la música popular ha cambiado mucho en nuestro país, desde el momento en
que Buenos Aires se transformó en un gran centro metropolitano, a principios del siglo XX, hasta el
presente (Sarlo 179-88). El crecimiento de la ciudad permitió el desarrollo de la variedad y la riqueza de los
espectáculos de entretenimiento. Los números musicales, el teatro de autor, los sainetes, el teatro de
variedades, los vodeviles, fueron parte de la rica oferta artística de la noche porteña (Varela 95-101). La
aparición del cine, primero mudo y luego sonoro, y durante la década del treinta, de la radiofonía, ayudaron
a la difusión de las obras de nuestros autores. La grabación de la voz, y los métodos de difusión del sonido,
cada vez más perfectos, dieron a aquellos intérpretes de principio de siglo acceso a un inmenso público.
Hasta el día de hoy seguimos escuchando aquellas grabaciones extraordinarias, que se multiplicaron a partir
de 1917, cuando Carlos Gardel cantó “Mi noche triste” y empezó el desarrollo del tango-canción.
Modernistas y Vanguardistas constituyen nuestro siglo de oro poético en Hispanoamérica: los modernistas Darío, del Casal, Martí, Gutiérrez Nájera, Lugones, Mistral, Herrera y Reissig, y los vanguardistas y post vanguardistas Vallejo, Neruda, Guillén, Paz, Parra, Cardenal, Gelman, representan la expresión poética más lograda de nuestra historia literaria hasta este momento.
La evolución del tango estuvo estrechamente asociada al desarrollo del teatro
nacional rioplatense. El teatro nacional reflejaba en sus obras la transformación social del país; testimoniaba el crecimiento cosmopolita de Buenos Aires y el impacto de la inmigración, particularmente la italiana, en su vida cotidiana (Pérez 22-33). Muchos tangos se estrenaron en los espectáculos teatrales, y formaban parte de obras musicales y sainetes. Enrique Santos Discépolo (Buenos Aires 1901-1951) fue parte de todo este movimiento cultural que tuvo lugar en el Río de la Plata: hijo de inmigrantes italianos (su padre era músico), hermano menor de Armando, autor de sainetes y creador del “grotesco” criollo, comenzó su vida en el espectáculo de la mano de su hermano, como actor y autor. A lo largo de su vida fue actor, autor, compositor de tangos, director de orquesta, director de cine. Se destacó especialmente como letrista y compositor. Casado con la cupletista española Tania, que cantaba sus tangos, formaron una pareja célebre en la noche porteña, y juntos recorrieron como intérpretes varios países.
Enrique, conciente de los problemas laborales de los artistas, militó en la vida
sindical argentina. Contribuyó a crear el sindicato de autores y compositores, e integró su cuerpo directivo. En la década del cuarenta apoyó, como muchos otros artistas, el gobierno populista de Perón, que protegió las industrias del espectáculo nacional.
Disfrutó de gran prestigio personal y el General Perón lo consideraba el poeta popular máximo de Buenos Aires (Pujol 370).
El tango tuvo muchos letristas extraordinarios, entre los cuales debemos recordar
a Pascual Contursi, a Celedonio Flores, a Enrique Cadícamo, a Homero Manzi, y tantos otros, pero Discépolo comunicó al tango una profundidad reflexiva que nunca antes había alcanzando la música popular (Gobello 5-16). Su producción fue magra: a lo largo de veinte años escribió poco más de treinta tangos. Una parte significativa de éstos:
“Cambalache”,
“Cafetín de Buenos Aires”, “Uno”, “Canción desesperada”,
“Yira…yira…”, “Confesión”, gozan hoy de un prestigio incomparable. Mientras la
poesía culta es un género restringido a un circuito selecto y casi secreto, la canción
popular se ha transformado en nuestro tiempo en una forma poética de gran difusión. La calidad de muchos letristas justifica el prestigio del género. Con la industria de la grabación, la poesía ha recuperado el grano de la voz.
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Los poetas cultos inscriben en sus versos la melodía y el ritmo para su lectura
silenciosa. Los sistemas métricos crean bellas armonías que los lectores representan mentalmente. Pero el canto ha sido capaz de traer a la inmediatez la belleza y la emoción
de la voz humana, y su seducción sobre el público es incomparable. El tango es un
producto dilecto de la vida moderna, y E. S. Discépolo fue uno de los compositores que mejor entendió esto, y lo reflejó en las letras de sus tangos.
El primer tango de éxito que compuso Enrique fue “Qué vachaché” en 1926. El
año anterior había compuesto un tango que tuvo poca aceptación : “Bizcochito” (Pujol
95). Para entonces Enrique era un actor y autor relativamente bien establecido. En 1925 estrenó el grotesco
El organito , escrito con su hermano Armando, que fue bien recibido por la crítica. Concibió “Qué vachaché” en Uruguay, mientras estaba de gira con la Compañía Rioplatense de Sainetes de Ulises Favaro y Edmundo Bianchi, y fue estrenada por la cantante Mecha Delgado en Montevideo. Enrique era, según nos dice Sergio Pujol en
su notable biografía, un “analfabeto musical” y tenía que recurrir a la ayuda de sus
amigos músicos para pasar las melodías a la partitura (100). En el caso de “Qué vachaché” lo ayudó Salvador Merico. En un principio el tango no llamó demasiado la
atención, pero al año siguiente lo grabó Carlos Gardel y esto significó un gran espaldarazo para su pieza.
Enrique tomó en esa letra un tema del tango canción, que había introducido pocos
años antes Pascual Contursi, tratándolo de una manera cómica y grotesca. Las letras de Contursi se popularizaron en 1917, cuando Carlos Gardel cantó su tango “Mi noche triste”, que aquél había compuesto dos años antes. En 1918 lo cantó Manolita Poli en el sainete
Los dientes del perro , de González Castillo y Weisbach, acompañada por la
Orquesta de Roberto Firpo (Gobello 41). Ese era el ámbito donde se presentaban los
primeros tangos cantados: el cabaret y el teatro de sainetes. Alberto Vacarezza, Manuel Romero, Samuel Linning, escribieron tangos para sus sainetes.
Contursi, en “Mi noche triste”, cambió la problemática de la que hablaba el tango.
Introdujo en el mundo del viejo tango de malevos y prostitutas una situación más
sentimental, contando la vida y los amores de los personajes de la noche y del suburbio.
Vacarezza compuso “La copa del olvido” en 1921, estrenado en el sainete
Cuando el pobre se divierte
;
Manuel Romero escribió en 1922 “Patotero sentimental”, estrenado en el sainete de Romero
El bailarín de cabaret
; Linning escribió “Melenita de oro”, para el sainete
Milonguita
, de su autoría, estrenada en 1922.
argentino (369-70). Enrique vio por primera vez a Perón en Chile, cuando éste era
agregado militar del gobierno argentino en Santiago en 1937. Pujol relata que Perón
demostró una consistente cultura tanguera en aquella oportunidad y Enrique se sintió cautivado por su agilidad mental (277). En 1937 Enrique se sumó a la junta directiva de SADAIC, la sociedad de autores y compositores, junto a Manzi, Filiberto, Canaro, Lomuto y Vedani. En 1944 realizó, junto a Homero Manzi, una gira por varios países hispanoamericanos en representación de los artistas y sus derechos, como miembro del directorio de SADAIC (319).
Según Pujol, lo que más sedujo a Enrique del Peronismo fue su política asistencial. Perón se mostró interesado en su amistad, y tanto él como Evita recibieron numerosas veces a Enrique en la quinta de San Vicente. Enrique simpatizó de inmediato con la personalidad de Evita. La visitaba en la Secretaría de Trabajo y muchas veces almorzaban juntos. Perón lo nombró director ad honorem del Teatro Nacional Cervantes, lo cual le atrajo enemigos dentro del ambiente artístico (371).
Enrique falleció el 23 de diciembre de 1951, de una enfermedad misteriosa que no
lograron diagnosticar. Tenía cincuenta años de edad. Su posición en el imaginario
musical y poético porteño ha quedado definitivamente enraizada. Vivió durante una
época en que el tango definió su nueva personalidad madura dentro del mundo de la
música popular, y él fue uno de sus artífices. Como poeta creó una obra breve y bien
meditada, que está siempre presente en el imaginario de las personas de diversas edades y generaciones.
Discépolo es para mí un poeta nacional popular fundamental del siglo XX.
Durante los años de su adolescencia y juventud, poetas de la talla de Pascual Contursi y Celedonio Flores se transformaron en celebrados letristas de tangos. Otros poetas de gran sensibilidad popular, como Carlos de la Púa y Nicolás Olivari, sin bien contribuyeron al imaginario de la poesía ciudadana, no lograron hacer una carrera destacada como letristas comparable a la de Discépolo y su amigo Homero Manzi. Enrique Cadícamo y luego Cátulo Castillo también comunicaron al tango gran nivel lírico.
La industria de la grabación del sonido, la radio, el cine y la televisión hicieron de la música popular uno de los más grandes fenómenos de masas. El público oyente tuvo a su alcance un repertorio internacional riquísimo de rancheras mexicanas, valsecitos peruanos, boleros centroamericanos, tangos argentinos, con compositores y poetas del nivel de Agustín Lara, José Alfredo Jiménez, Chabuca Granda, Armando Manzanero y Enrique Santos Discépolo, que pueden ser escuchados y vueltos a escuchar con la misma atención con que se lee un buen libro de poesía. Estos compositores pusieron a la poesía popular en un lugar central de la cultura, rescatando una sensibilidad que antes quedaba relativamente marginada, o a la que tenían acceso poca cantidad de personas. Lo mismo ocurre con las interpretaciones de artistas geniales como Gardel, cuya expresión cantada seguirá enriqueciendo a las generaciones de oyentes. La música popular, junto a los deportes modernos, se ha transformado en un modo prevalente de entretenimiento en la sociedad de masas.
Las letras de Discépolo permiten crear un puente entre la canción popular y la
poesía culta. Los tangos son parte importante de la historia de las formas poéticas por el impacto que tienen en la memoria colectiva, gracias a sus modos de difusión y al soporte mnemónico que les provee la música. Las canciones que escuchamos en los múltiples medios de difusión se nos hacen constantemente presentes y su expresión se integra al imaginario con que representamos nuestra experiencia y nos vinculamos a la realidad.
Los lectores de literatura consideramos que este repertorio de poesía popular
dialoga con la cultura letrada y la enriquece. La poesía popular tiene una comprensión del mundo social del que proviene que es única, y trae a la cultura letrada la experiencia de sectores marginales y proletarios que son esenciales para crear una cultura integrada. El arte de la canción popular es un arte de futuro, cuyo protagonismo es cada vez mayor en la cultura contemporánea. Los oyentes hemos aprendido a escuchar su repertorio, valorando su calidad y descubriendo a grandes artistas.
Dentro de los compositores de tango Enrique Santos Discépolo ocupa un lugar de
excepción y mi lectura de sus letras, valoradas por la calidad de su expresión poética,
espero ayude a los lectores a entender el compromiso que existe entre poesía popular y poesía culta en la literatura argentina.
Bibliografía citada
Discépolo, Enrique Santos.
¿Qué “sapa”, señor?
Buenos Aires: Corregidor/Secretaría de
Cultura, 2001.
Galasso, Norberto.
Discépolo y su época
. Buenos Aires: Corregidor, 2004. 1era edición
1967.
Gobello, José, editor.
Letras de tangos. Selección (1897-1981).
Buenos Aires: Nuevo
Siglo, 1997.
Gobello, José; Oliveri, Marcelo.
Novísimo diccionario lunfardo
. Buenos Aires:
Corregidor, 2005.
Hernández, José.
Martín Fierro.
Madrid: Alianza, 1981. Estudio preliminar y notas de
Santiago M. Lugones.
March, Raúl Alberto.
Enrique Santos Discépolo Sus tangos y su filosofía
. Buenos Aires:
Corregidor, 1997.
Pelleti
eri, Osvaldo. “Enrique Santos Discépolo”. E. S. Discépolo.
¿Qué “sapa”,
señor?...
7-10.
Pérez, Irene.
El grotesco criollo: Discépolo-Cossa
. Buenos Aires: Ediciones
Colihue, 2002.
Pujol, Sergio.
Discépolo. Una biografía argentina
. Buenos Aires: Grupo Editorial
Planeta, 2006. 1ra. Edición 1996.
Pampín, Manuel, editor.
La historia del tango. Los poetas.
Tomos 17-18-19.
Coordinador: Juan Carlos Martini Real. Buenos Aires: Corregidor, 1980.
Sarlo, Beatriz.
Una modernidad periférica: Buenos Aires 1920 y 1930
. Buenos Aires:
Nueva Visión, 1988.
Varela, Gustavo.
Mal de tango
.
Historia y genealogía moral de la música ciudadana
.
Buenos Aires: Editorial Paidós, 2005.
Viñas, David.
Grotesco, inmigración y fracaso
. Buenos Aires: Corregidor, 1997
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