El nacimiento de un abrazo



Para los que bailamos, el abrazo tanguero es una maravilla con la que nos topamos todo el tiempo, incluso con gente que desconocemos. El tango nos permite encontrar compañeros/as de baile en milongas, prácticas, fiestas, asados, espectáculos callejeros, reuniones familiares, recitales, restaurantes y casi en cualquier lugar del mundo donde suenen acordes milongueros. Pero esta aventura de encontrarnos con alguien que también baile y a quien no conocemos, siempre trae dudas y miedos sobre si el otro es compatible con nuestra danza o si podremos llegar a entendernos. Porque, ¿cómo comprender, guiar o seguir a quien no tiene la misma técnica, estilo, carácter o idea musical para el baile? ¿Por qué razones podemos no llegar a entender el baile del otro, incluso si los dos bailamos hace tiempo? ¿Quién debe tomar las riendas del baile si no nos entendemos? ¿Es el hombre quien debe decidir cómo se baila, más allá de guiar la danza? O ¿quién tenga más experiencia? Son muchas preguntas y la respuesta no es sencilla ni exacta, pero quiero dar algunas ideas sobre cómo podemos intentar llegar a entendernos mejor, dentro de lo posible.

Cierto es que puede a veces ocurrir, cuando bailamos con alguien por primera vez; que el primer tango se sienta un desastre, el segundo solo tirando a mal, y al tercero y cuarto que arrimamos a sentir que nos comunicamos un poco o que terminamos mejorando la conexión. Pero estas situaciones, siempre pueden mejorarse, si agudizamos nuestros sentidos y tratamos de sentir concientemente al otro y entenderlo/a desde el comienzo e incluso antes del abrazo. No me refiero a mirar bailar y examinar visualmente a nuestra futura pareja antes de que baile con nosotros. Todo lo contrario, propongo algo así como lo que hacen los ciegos cuando desean reconocer un rostro, que con una manera muy delicada y perceptiva se acercan usando el tacto, palpando con lentas caricias. Sugiero algo similar, pero desde el cuerpo, acercándonos al encuentro del abrazo como si no viésemos al otro, potenciando todos nuestros otros sentidos y puestos a percibir muy atentos los gestos y movimientos mínimos del cuerpo que se nos acerca. Las señales nos cuentan verdades: La velocidad del otro al acercársenos, cómo y donde se ubican sus manos, brazos y pies, como inicia el traslado de peso, hacia donde mira su cabeza, si nos da contacto con ella, si al abrazar se para en puntas de pies, si se encorva, se agacha, se cuelga, caderea, si aprieta, si es suave, si hay ansiedad, distancia, rigidez, frialdad, temblor, afecto o pasión; si al empezar, lo hace lento hasta entrar en tiempo, o si va directo al tiempo fuerte o si directamente no entra en tiempo (horror).

Para esta tarea perceptiva, Primero que nada, debemos saber que es muy común encontrarse con estilos de Baile diferentes al nuestro (*) y que al aprender de diferentes escuelas o maestros, traemos conocimientos que no siempre son conjugables con los del otro/a. Luego, aceptar sin temor que los diferentes cuerpos no siempre logran un abrazo cómodo o sencillo (**).

Esta nota, es una propuesta, para todos los que tienen miedo o prejuicio a bailar lo desconocido, y cuando digo, desconocido, me refiero a bailar con alguien que no conocemos ni habíamos visto jamás. Por eso, propongo un ejercicio, un reconocimiento pausado y paciente de una de las situaciones más importantes del baile:

El armado del abrazo. El momento del encuentro de un primer abrazo, posee oculto un instante misterioso y fascinante; Algo único, que si logramos leer o descifrar veremos que se nos muestra como una certeza, como una profecía de lo que serán los próximos 12 minutos. Es como si en dos o tres segundos, pudiéramos ver pasar la vida de estos cuatro tangos que se nos vienen. Para lograr esto, que no es sencillo y roza casi la meditación, hay que (en esos primeros segundos) abstraerse mentalmente, desligarse de los miedos, las tensiones, los pensamientos e ideas de los pasos, para “escuchar con el cuerpo”, enfocar toda nuestra atención en quién es esta persona que nos abraza, cómo es su abrazo, qué señales nos dá su cuerpo, y tratar de adaptar nuestro abrazo en base a esas señales, y no a lo que uno está acostumbrado o quisiera que sea. Y recién luego de este reconocimiento, tratar de comunicarnos con la música. Por eso es que no hace falta, marcar el tiempo del baile al instante del abrazo. Creo que lo mejor, es a veces dejar pasar de cuatro a ocho tiempos, sintiendo al otro/a, antes de comenzar el baile. Y hacer de esta espera, un diálogo de los cuerpos, un reconocimiento. La sabiduría de un abrazo no se encuentra en obligar al otro a abrazar pronto como uno, sino en ser inteligente e intentar uno bailar como el otro; intentar uno comprender el idioma del baile ajeno, aunque pueda tener diferentes lenguajes, o técnicas y nunca imponer solamente las nuestras. Cuando esta situación de “escuchar” individualmente se pone en práctica, los resultados son muy favorables, pero cuando nos encontramos con que el hombre y la mujer, intentan comprenderse al unísono en un abrazo mutuo, los resultados son exquisitos, y este en mi opinión, es el principio de la mayor magia del baile. Cuando todos nuestros sentidos están puestos en nuestra pareja, y cuando todos los de ella se posan en nosotros, más allá de todas las diferencias o dificultades que pudieran existir.

La paciencia hace a la experiencia, pequeños saltamontes. Lo mejor, es tomarse todo el tiempo del mundo para armar el abrazo, Nadie nos apura, y la música nos llevará mejor si nos sumergimos lentamente en ella, en vez de tirarnos como en un salto bomba. Acercarnos al primer abrazo en cámara lenta, sensibles, gentiles y cautelosamente; analizando, sintiendo, proponiendo y no imponiendo; este debe ser el modo de conocernos. Y luego de llegar a un acuerdo, recién allí comenzar el proceso del cambio de peso suave y lentamente, para ajustarnos aún más en la comunicación, tratando de subirnos a la suave corriente de la música y su rítmica. El comienzo del abrazo debe sentirse profundamente, lo mismo que al finalizar el tango; si el baile fue algo agradable, no debemos soltarnos inmediatamente; sino quedarnos abrazados escuchando al menos el primer o segundo silencio luego del último compás. Sí, leyeron bien -escuchar el silencio- Tal vez sea mi imaginación, pero muchísimas veces, cuando estoy bailando y termina el tango; siento que este no muere en el último compás; a veces siento que hay algo que queda sonando, o que sigue sonando en ella y en mí. Tal vez sea que ninguno de los dos queremos dejar escapar la música que teníamos atrapada en nuestro abrazo.